Descubrí que el tiempo, no es necesario para
amar la vida.
Como tampoco
lo son las personas. Nuestra vida es un pequeño pasaje en un tren desconocido,
con personajes que entran, se acomodan a nuestro lado y luego cambian de
estación. Quizá es que me acostumbré a
la ligera idea de vivir entre silencios o efímeras circunstancias que me
llevaron a la soledad.
-¡y
que amarga soledad tan suave y placentera!- Murmuré, y es que el silencio es
como un fuente de pensamientos que parece nunca acabar con el dolor, la
felicidad o la tristeza. En sus recónditos y oscuros momentos, yo pude
descubrir cada uno de mis secretos. Desde ese preciso momento pude revaluar con
cada lágrima o sonrisa oculta con una
intensidad tan maravillosa como el mismísimo palacio blanco de aquél
maravilloso personaje mitológico de la antigua civilización griega. Zeus, quién
su nombre viene dado por la palabra en antiguo griego «Ζεύς Zeús» (Padre
de los Dioses y los hombres) ¿Y es que en nuestro egoísta sentimiento no somos
eso? Aunque quizá, no seamos padres de dioses, ni siquiera de algún recóndito
sentimiento pro creacionista. Sino, como una conjunción de pensamientos,
relativos o no, de lo que somos en la soledad, en la sociedad, solemos
apartarnos del verdadero “yo” para conjugarnos en un iracundo jardín salvaje de
máscaras. ¿No estamos entonces interpretado la parábola de Zeus desde un
aspecto simbólico y macabro de lo que somos? Una creación paternal de
encuentros morfológicos con una sociedad manchada de estereotipos tan banales
como la superficie de un espejo roto.
Es
allí, donde la soledad juega un papel esencial en el encuentro de nuestros
sentimientos, en ese momento, cuando la soledad ataca cada uno de nuestros más
oscuros perfiles que no logramos demostrar o enseñar a esa sociedad podrida de
senos egoístas y pulcras mentiras y superficialidad, encontrar un respiro,
incluso, para algunos esto sería un condena hipotética sobre su ser, al no
encontrar lo que deseamos, la verdad, en un momento determinado es más dolorosa
que la mentira. Por ello, nos engañamos silenciosamente sobre lo que somos.
La
soledad, no es más que un tema hipotético de nuestros cerebros, una jugada
silenciosa para flagelar cada sentir en la medianoche, o quizá, es la extraña
forma de conjugar una serie de elementos externos e internalizarlos para
nuestro propio beneficio (O destrucción). La filosofía define a la soledad con
un concepto grecolatino: “Voy a la soledad, para encontrarme a mí mismo.” Y en este sentido, la filosofía abarca un
sistema común y poco profundo de la soledad, no solo nos encontramos a nosotros
mismos, sino la esencia de los terceros o lo que en su definición creemos
conocer como personas honestas.
En
la teología, dentro del aspecto bíblico encontramos una serie de ejemplos
circunstanciales de la soledad, desde la elección de los apóstoles hasta la
dramática pasión de Cristo se necesitó de la soledad empírica para tomar
decisiones y no hacer de estos un error sistemático para mover las masas
cristianas hasta el deseo de la vida superior y celestial de la promesa
religiosa a los que los seres humanos se atan. Incluso, la religión define la soledad como
necesaria para la conexión divina con un ser superior. Me permito citar la
siguiente frase: “En la soledad se encuentra el refugio a las situaciones
difíciles, restaurando sus fuerzas al hombre activo agotado, ya que en la
soledad Dios habla a los hombres y a la oración vigoriza su alma con la
comunicación del espíritu santo” Antonio Pérez Crespo. Soledad, Cronista de la
región de Murcia.
Quiénes
no tenemos religión o creencias teológicas, vemos la soledad como un aspecto
poético, dramático y de crecimiento interpersonal. Como un silencio, que
encuentra muchas palabras en una oscuridad latente de noches eternas.
La
soledad, es un juego ambiguo entre nuestros seres, sobre todo cuando somos
personas que jugamos con una doble vida, cuando mostramos ser alguien que no
somos ante una sociedad hipócrita y resguardada por un código moral impuesto
por religiones o sociedades que se mienten a sí mismas creyendo en conductas
pre-clasificadas como aceptables.
Recuerdo
haber luchado batallas campales con mis dos seres interiores. Hasta que uno de
ellos gano la guerra a fuerza de espadas, con grandes y melancólicas agonías en
el proceso. Valió la pena, de eso no tengo ni la más remota duda en mi cuerpo,
alma y mente. La soledad, no puede ser
clasificada como tu mejor amiga, como tampoco de tu peor enemiga, ella es
ambigua, certera y puede conjugar una cantidad inexacta de sentimientos:
Positivos o negativos, que pueden llegar a destruirte, o construirte en una
nueva persona que se acepta ante sí mismo a pesar de los terceros que continúan
en una amarga y triste continuidad de pensamientos que pretenden juzgar a todo
lo que ellos tachan de diferente o anormal.
Recuerda
que la soledad, eres tú mismo. Tu propio demonio, tu propia salvación, solo
depende del punto de vista del cual tomes las riendas de tu vida.