The Lonely Friend por Toxicm3n |
En pleno transito de un camino austero y empedrado, un joven se encuentra
lanzado en medio de la nada de sus sensaciones y conflictos. No desea pensar
más, ya nada le interesa y solo se conformaría con ser fulminado por un rayo que
ni siquiera las inexistentes lluvias le auguran pueda suceder.
A lo lejos, las montañas muestran su quietud, más acá, el lánguido y
amarillento pasto, camuflará su humanidad de cualquier mirada indiscreta. Es de
piel blanca, su cara muestras facciones que se hacen atractiva conforme sonríe,
pero muy duras cuando no. Su prominente mano, extraordinariamente grande,
sujeta el estivo y largo tallo del mastranto que abundantemente regala la
sabana venezolana.
El constante ir y venir de la planta en su mano, parece moverse en sincronía
con el resto de los que permanecen fieles al suelo. Una gruesa lágrima asoma
desde dentro y comienza, como en cámara lenta, un recorrido que desconoce. El
no exterioriza nada, pero su alma esta debatiéndose entre un mar de
sentimientos que lo desconciertan.
La fuerte brisa termina por desviar la trayectoria de la lágrima y el suelo
la recibe con una avidez inaudita. Mira y no lo hace, solo siente en su piel, y
siente porque desde hace mucho no es piel, es el alma viva que se muestra a la
inclemencia de esta vida, por eso siente tanto. Desea correr a un lugar que no
existe, a un sitio que sabe no encontrara jamás; su vida, tan corta, parece
atascada entre enigmas y acertijos que aun no tienen respuestas.
El sonido del viento se arrecia, presagia la llegada de cosas que cambiaran
su vida. Grandes nubes se muestran en el horizonte, al fin la tormenta se
acerca, por ahora pequeñas gotas mojan su cara y confunden lo que no desea
mostrar al mundo. No solo eso es novedad, un personaje camina, risueño y despreocupado,
a su encuentro.
El este se eleva, veloz y temible, como columna sin forma de nubes tan
oscuras como amorfas; emerge tragándoselo todo. Presurosas, las blancas sin
manchas, huyen despavoridas temiendo ser deshonradas por deseos que no conocen.
Se acercan, van en pos de un ser que, ausente, se encuentra desnudo en la
orilla de un arrecife que le atrae.
Sus manos bordean las níveas y gruesas piernas; sobre ellas reposa la
barbilla que pareciera ocultar su expresión, pero su mirada, fija y concentrada,
parece mirar algo que nadie ve. Abajo, el salado cuerpo se une al caprichoso
momento y se abalanza con saña sobre las temerosas y pétreas rocas ausentes de
tales disputas. La espuma del contacto ya no es blanca, su rojo escarlata lleva
consigo la sangre que cae de aquel imperturbable ser.
Todo se ha consumado, el cielo está decidido a refrendar el sacrificio
que nace de fuerzas que nunca entenderá y abajo, la mar libidinosa muestra la
pobreza de sus sentimientos. Pronto se desangrara y como hoja lánguida de
otoño, será arrastrado por las afiladas piedras que ablandaran su dura carne.
Voces llaman desde abajo, piden frenéticas “ven, eres nuestro”.
En ese instante, de su corazón, se van perdiendo los latidos, se agota
la vida. Pensamiento de dolores lucha por una victoria que afuera esta
consumada, ya nada tiene sentido, todo está consumado y perdió esta vez el
amor.
UN DÍA DE LLUVIA
La mañana de este domingo se presentó con una
tenue y empalagosa llovizna que todo lo fue envolviendo en un clima excepcional;
la brizna golpeaba mi ventana e iba a parar a la sedienta hierba, que ansiosa
la recibía. El cielo no da muestra de su azul característicos en estas
postrimeras fechas del mes de noviembre.
La brisa arrecia de cuando en cuando, siento
como golpea la ventana y su silbido se cuela hasta mis oídos, no sólo mis oídos
lo siente, igual la vista da cuenta de su cambio capricho, parece tentarme a ir
a su encuentro, pero, aunque eternamente vivo presto a dejarme seducir por la
idea de estar bajo ella, hoy no deseo oír reclamos que me recuerden cosas
dolorosas.
Sobre el alféizar de la amplia ventana, dejo
caer el cuerpo y mi cara siente el frío del cristal, de todo el recorrido que
hace mi vista, por todo cuento afuera existe, no se aprecia vida humano que la
circunde. Algunas aves vuelan confundidas, otras se dejan cautivar por el
antojadizo viento y nadan en su esencia. Las hojas parecen tener voluntad y se
lanzan a la aventura, algunas dan al cristal, todos desean disfrutar del mejor
momento de la época.
El viento sigue moviéndolo todo y hasta
revolvió mi pensamiento; me acuerdo de ella y su rostro relajado y serio, surge
transparente en la nube gris que va recargando su contenido húmedo. En esta
mañana, melancólico y doliente, te pienso intensamente hada, vuelvo a sentir el
calor de tu blanca piel, ese que se hace fuego conforme te siento, que quema mi
fría apariencia y devora mis impertinentes razones
Tus formas tienen movimiento, la brisa mueve
tus cabello y puedo notar que miras al este, allá se encuentra el amor que hace
latir tu corazón, no puedo evitar sentirme triste. Mi mirada busca una imagen
que se mueve mucho más cerca; allí diviso un hermoso pájaro azul que contrasta
excepcionalmente con el gris del ambiente, está jugando en una charca de agua
cristalina, su felicidad es relajada y permanece concentrado, a ese pájaro lo
llamé Libertad y agregué a mi mundo privado y especial.
Nuevamente me vuelvo a ti y me sorprendo
mirándome de frente, estás sonriente y devuelvo el gesto; en un instante, que
parece mágico, se profundiza el buen humor que nos embarga. Estas radiante,
feliz y entonces lo comprendo todo. Una abundante paz se apodera de mi, siento que
el azaroso fuego que me consume cuando te recuerdo, va dando paso a una
tranquila felicidad que aún no puedo explicar. Tu placidez me hace feliz y sólo
sé que te amo, sin explicación, ya no quiero explicarme ni justificarme, no me
importa nada de eso ya.
En días como estos te extraño tan intensamente
que parece que la muerte me sobreviene en cuestión de minutos, lo acelerado y
febril del latido de mi corazón, contrasta con la, cada vez más, dilatada
respiración, la paz que consigo de saberte liberada de mí, hace reflejar una
serenidad inusual. Te amo, conforme pasan los minutos, cada día más, a niveles
de profundidad que parecen no tener fondo y me asombran.
La melancolía típica del piano se acentúa en
el ambiente, el viento sopla como un tren en ciertos momentos, y luego parece
reaccionar y se torna dócil y tierno, luego vi nuevamente tu cara en la nube
que se alejaba y mi corazón estaba de nuevo en casa; si estuvieras aquí, tan
cerca de mí como tantas veces, podría morir de lo intenso que te amo y deseo. Te
extraño como una mañana gris y fría que me hace desearte hasta donde más no
puedo sentir, así, como luna llena, tu plenitud lo abarca todo en mi.. te extraño hada!
AL FIN
LLEGASTE HADA
Busque el pico más alto de esta tierra y no te encontré, pues no sabía
lo que buscaba. Me eché a andar infinitos caminos sin retornos, tras la huella
de tu presencia, pero no pude conseguirte, simplemente no sabías quien eras. Me
adentré a las profundidades del oscuro mar, a pesar de mis miedos, y en sus
aguas no te encontré, tu verdad estaba vedada a mi conspicuo deseo de amor, tan
sólo por no saber quien eras.
Cierta tarde, cuando la última hoja caería de aquel árbol, anunciando
el fin de mi larga búsqueda, percibí tu olor en mis sentidos y supe eras tú.
Miraba al horizonte y te ocultabas en el ocaso infinito de esas tarde de bellos
malvas y bermejos. La plenitud se iba perfeccionando conforme caminaba a tu
encuentro, todo se unión siendo verdad.
Una mañana, decidiste voltear a sonreírme y la paz llegó a mi vida
convertida en un flecha ardorosa que atravesó el corazón, su dolor es amor y a
ella me aferro. Estabas allí, de pie, sonriente, esperanzada, dispuesta y
sabedora de la perfección de aquel tiempo: era el tiempo de mi primer amor, del
único que me haría transformar la nada pueril en la plétora que alimentándose
de la llama de mis venas, exulta mi alma.
Eres tú, mi dulce Hades, la dueña de mis deseos pasados, soberana de
los que siento ahora y señora de mi futuro. Todo te pertenece en mí. Te amo,
ahora lo sé, antes era un hombre caprichoso que corría tras las manzanas que
caían del árbol de pocas raíces. Sólo desee alimentarme para no morir, pero no
para vivir. Ahora sé lo que haces, sé lo que siento por ti. Se llama amor y no
tiene conceptos.
Las horas se pararon, el tiempo, que se abalanzó siempre sobre mi
desespero errante, ahora yace sin justificación cuando estás tú. Siento penas
por ellas, las horas, que ruegan mi fatiga en sus plazos, de mis pensamiento
alimentando la vanidad por ser dueñas del mundo y de la vida. Pobres, jamás
entenderán la diferencia de estar y de sentir.
Deseo aferrarme a tu pecho y alimentarme de la vida que de ti mana, no
me apartes jamás, sólo mira mi interior y siente a un hombre que siendo tal,
nunca dejó de ser un párvulo que lloriqueó siempre por amor, que pedía a gritos
gestos que nadie entendió. Tú tienes la llave de mi justificación en este
mundo. Te amo salvadora mía!!
UNA CARRETA SIN RUEDA*
Corría el mes de
agosto, tiempo de lluvias intensas; de todo camino, un anegar de añoranzas,
desesperos y hasta dolores que al vergel en erial transformaban. Las tragedias
nunca suelen venir solas, al menos, no aisladas.
La familia Durán, se
habían cambiado a un prometedor pueblo del centro del país; aún no tenían
hijos, pero de uno, el vientre de Susana, ya se encontraba preñado. Eduardo, su
joven esposo, era un hombre laborioso, que de la tierra con sus manos, hacía
parir con trabajo; era abnegado, fiel un hombre bueno para resumirlo.
»--- ¡Bienvenidos a estas tierras! –con paso decidido, se acercó un
hombre de apariencia reservada y enigmática sonrisa-. Yo soy Magno, el
hacendado. Aquí todos somos muy unidos, y al brindarles nuestro apoyo,
esperemos que se adapten pronto a como vivimos.
»--- ¡Gracias, es usted muy amable! –dijo Eduardo, saliendo al encuentro,
estrechando la mano, que no le fue dirigida; Susana lo miraba con amor.
Pasaron treinta días
con sus noches, hasta aquel fatídico día. El hacendado, como buen hombre de
dinero, había decido que Susana sería, entre sus propiedades, la nueva
maravilla. Urgió un plan, sin escatimar la inversión; buscó un segundón y en la
casa de los Durán, hizo entrar valiéndose de la ocasión. El tiempo de parir
había llegado a Susana.
La lluvia presagiaba,
con su fuerza, la pasión que se desataba; como extraña confabulación del
tiempo, llegó la hora del alumbramiento. Eduardo mandó al hombre a buscar una
comadrona. Al cabo de algunas horas, se presentó con razones.
»--- La mujer no quiere venir, dice que no se mueve con este tiempo, que
mejor la llevemos a su casa –el mensaje fue dado, sin mirar los ojos del marido
asustado. Partieron en una carreta, provista de techo, que al agua impedía
llegar. Entre dolores, Susana no aguantaba más.
En medio de la oscuridad, y sin saber
por dónde andaban, la rueda de aquella carreta, la vida descarrió; Sin saber
cuándo, ni cómo, Eduardo se lanzó, para arreglar la extraña y maciza rueda, que
nunca nadie entendió. A la mañana siguiente, Susana despertó, en medio de la
mayor contradicción: en su pecho, una hermosa criatura, de su calor manaba
ternura; y en la cara triste de otra mujer, la infausta noticia: Eduardo murió.
Así cobró la envidia de aquel prepotente
hacendado, la obsesión de tener una mujer que a otro amaba; la cobardía siempre
se disfraza de engaño y entre mentiras, teje redes para fomentar sus bienes. El
cuerpo de Eduardo fue sacado, debajo de un alud de tierra mojada, jamás cerró
los ojos, lucho hasta la muerte.
*Microrelato de una obsesión, basado en un hecho
real ocurrido en 1921.
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