¿Quién cabalga tan tarde
a través de la noche y el viento?
“Der Erlkönig”
Johann Wolfgang von Goethe
Arrastra el angustioso viento, las hojas sobre los tejados desvencijados; corre el mes de octubre y gritos ahogados reprimen tormentos que no alcanzaron consuelo, y va anunciando la llegada del otoño. Los arboles cambian su forma, no es tiempo de muerte sino de siega de la siembra; arboles caducan sus hojas y de un verde alegre, se tornan amarillentos o amarronados hasta ir a la seca.
Sopla más fuerte el viento, esta vez no de estos lados y va arrastrando hojarasca multicolor: de escarlatas, doradas, naranjas y púrpuras a cobrizos. Es la puerta del otoño y tiempos de calabaza. Aviva el fuego la mermelada, se cuecen los castañoss y avellanas, y en los cestos, bellotas y nueces para el frío invierno que aguarda. En noches de frío, no salgas de tu casa.
En una de las viviendas, la más alejada, se agita el miedo; un niño delira y no hay tratamiento casero que la baje. La angustiada madre dió toque a los últimos arreglos y a fuera, el padre esperaba, caballo en pelo, para partir al médico que estaba en un pueblo lejos. Seis años atrás, el calenturiento niño vino al mundo: blanco, ojos rayados de azul y violeta, con los labios que asemejaban una carnosa fresa, era el menor de tres, que incluía dos hermanas.
-Calma hijo mío, tu vida en resguardo va, llegaremos para la madrugada, la lluvia no nos detendrá- y seguía su hablar, -bella Brenda, mi bretona alazana, no tengas cuidado de nada, que mi vida llevas y el tiempo no alcanza-. Pasaron varias casas rejuntadas por la necesidad y pobreza y el aullido de los perros, delataba una cabalgata de varias bestias.
Que noche tan oscura, como piedra de azabache, el rey de los elfos emprende su desande; brioso corcel que monta, tropel de muerte que cabalga sobre su indefensa víctima, es Der Erlkönig que en persona galopa. Atrás van más criaturas sedientas, para ellos hoy la sobra no alcanza.
_Padre mira, son personas que nos siguen. Siento más el frio ahora, sonríen y me gusta- el padre al voltear no vio nada y entendió que su hijo divagaba entre su manta.
–Padre mira, es un rey con su cortejo, me dice que vamos lejos, donde no me dolerá nada-.
-Llueve, hace frío hijo amado, quédate que voy en un filo, -le dijo-, siento el tropel de la muerte, me sigue, tus ojos, mi niño, son mi martirio. Ya no veas, por amor te lo pido, que de su gualdrapa, se escapan gemidos. Son niños lo sé, inocentes que ayer, curiosos se fueron para no volver-. El padre desesperado se aferraba más a su hijo.
Frío que vuelve, como afilado cuchillo, la yegua noble no cede, aunque a su costado el mal siente.
-Se te va la vida, mi amado niño, son fechas de lluvia, desdichada para mi vida. El rey de los elfos, triste me dejó, se llevó mi hijo, sin decir adiós.
Se avista el pueblo encendido y en su pecho, el cadáver del hijo. Tenía tiempo sin vida y de miedo no comprendía. Triste amanecer, pese que el paisaje muestra un esplendor que presagia un esplendido otoño.
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