viernes, 2 de noviembre de 2012

El Cuervo, De Edgar Allan Poe.

Halloween Raven
Halloween Raven, por Carlos E. Herrera
Edición de Hector Durr. 
Una vez, al filo de una lúgubre media noche,
 mientras débil y cansado, en tristes reflexiones embebido,
 inclinado sobre un viejo y raro libro de olvidada ciencia,
 cabeceando, casi dormido,
 oyóse de súbito un leve golpe,
 como si suavemente tocaran,
 tocaran a la puerta de mi cuarto.
 “Es —dije musitando— un visitante
 tocando quedo a la puerta de mi cuarto.
 Eso es todo, y nada más.”

 ¡Ah! aquel lúcido recuerdo
 de un gélido diciembre;
 espectros de brasas moribundas
 reflejadas en el suelo;
 angustia del deseo del nuevo día;
 en vano encareciendo a mis libros
 dieran tregua a mi dolor.
 Dolor por la pérdida de Leonora, la única,
 virgen radiante, Leonora por los ángeles llamada.
 Aquí ya sin nombre, para siempre.

 Y el crujir triste, vago, escalofriante
 de la seda de las cortinas rojas
 llenábame de fantásticos terrores
 jamás antes sentidos.  Y ahora aquí, en pie,
 acallando el latido de mi corazón,
 vuelvo a repetir:
 “Es un visitante a la puerta de mi cuarto
 queriendo entrar. Algún visitante
 que a deshora a mi cuarto quiere entrar.
 Eso es todo, y nada más.”


 Ahora, mi ánimo cobraba bríos,
 y ya sin titubeos:
 “Señor —dije— o señora, en verdad vuestro perdón
 imploro,
 mas el caso es que, adormilado
 cuando vinisteis a tocar quedamente,
 tan quedo vinisteis a llamar,
 a llamar a la puerta de mi cuarto,
 que apenas pude creer que os oía.”
 Y entonces abrí de par en par la puerta:
 Oscuridad, y nada más.

 Escrutando hondo en aquella negrura
 permanecí largo rato, atónito, temeroso,
 dudando, soñando sueños que ningún mortal
 se haya atrevido jamás a soñar.
 Mas en el silencio insondable la quietud callaba,
 y la única palabra ahí proferida
 era el balbuceo de un nombre: “¿Leonora?”
 Lo pronuncié en un susurro, y el eco
 lo devolvió en un murmullo: “¡Leonora!”
 Apenas esto fue, y nada más.

 Vuelto a mi cuarto, mi alma toda,
 toda mi alma abrasándose dentro de mí,
 no tardé en oír de nuevo tocar con mayor fuerza.
 “Ciertamente —me dije—, ciertamente
 algo sucede en la reja de mi ventana.
 Dejad, pues, que vea lo que sucede allí,
 y así penetrar pueda en el misterio.
 Dejad que a mi corazón llegue un momento el silencio,
 y así penetrar pueda en el misterio.”
 ¡Es el viento, y nada más!

 De un golpe abrí la puerta,
 y con suave batir de alas, entró
 un majestuoso cuervo
 de los santos días idos.
 Sin asomos de reverencia,
 ni un instante quedo;
 y con aires de gran señor o de gran dama
 fue a posarse en el busto de Palas,
 sobre el dintel de mi puerta.
 Posado, inmóvil, y nada más.

 Entonces, este pájaro de ébano
 cambió mis tristes fantasías en una sonrisa
 con el grave y severo decoro
 del aspecto de que se revestía.
 “Aun con tu cresta cercenada y mocha —le dije—,
 no serás un cobarde,
 hórrido cuervo vetusto y amenazador.
 Evadido de la ribera nocturna.
 ¡Dime cuál es tu nombre en la ribera de la Noche Plutónica!”
 Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”

 Cuánto me asombró que pájaro tan desgarbado
 pudiera hablar tan claramente;
 aunque poco significaba su respuesta.
 Poco pertinente era. Pues no podemos
 sino concordar en que ningún ser humano
 ha sido antes bendecido con la visión de un pájaro
 posado sobre el dintel de su puerta,
 pájaro o bestia, posado en el busto esculpido
 de Palas en el dintel de su puerta
 con semejante nombre: “Nunca más.”

 Mas el Cuervo, posado solitario en el sereno busto.
 las palabras pronunció, como virtiendo
 su alma sólo en esas palabras.
 Nada más dijo entonces;
 no movió ni una pluma.
 Y entonces yo me dije, apenas murmurando:
 “Otros amigos se han ido antes;
 mañana él también me dejará,
 como me abandonaron mis esperanzas.”
 Y entonces dijo el pájaro: “Nunca más.”

 Sobrecogido al romper el silencio
 tan idóneas palabras,
 “sin duda —pensé—, sin duda lo que dice
 es todo lo que sabe, su solo repertorio, aprendido
 de un amo infortunado a quien desastre impío
 persiguió, acosó sin dar tregua
 hasta que su cantinela sólo tuvo un sentido,
 hasta que las endechas de su esperanza
 llevaron sólo esa carga melancólica
 de ‘Nunca, nunca más’.”

 Mas el Cuervo arrancó todavía
 de mis tristes fantasías una sonrisa;
 acerqué un mullido asiento
 frente al pájaro, el busto y la puerta;
 y entonces, hundiéndome en el terciopelo,
 empecé a enlazar una fantasía con otra,
 pensando en lo que este ominoso pájaro de antaño,
 lo que este torvo, desgarbado, hórrido,
 flaco y ominoso pájaro de antaño
 quería decir granzando: “Nunca más.”

 En esto cavilaba, sentado, sin pronunciar palabra,
 frente al ave cuyos ojos, como-tizones encendidos,
 quemaban hasta el fondo de mi pecho.
 Esto y más, sentado, adivinaba,
 con la cabeza reclinada
 en el aterciopelado forro del cojín
 acariciado por la luz de la lámpara;
 en el forro de terciopelo violeta
 acariciado por la luz de la lámpara
 ¡que ella no oprimiría, ¡ay!, nunca más!

 Entonces me pareció que el aire
 se tornaba más denso, perfumado
 por invisible incensario mecido por serafines
 cuyas pisadas tintineaban en el piso alfombrado.
 “¡Miserable —dije—, tu Dios te ha concedido,
 por estos ángeles te ha otorgado una tregua,
 tregua de nepente de tus recuerdos de Leonora!
 ¡Apura, oh, apura este dulce nepente
 y olvida a tu ausente Leonora!”
 Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”

 “¡Profeta!” —exclamé—, ¡cosa diabolica!
 ¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio
 enviado por el Tentador, o arrojado
 por la tempestad a este refugio desolado e impávido,
 a esta desértica tierra encantada,
 a este hogar hechizado por el horror!
 Profeta, dime, en verdad te lo imploro,
 ¿hay, dime, hay bálsamo en Galaad?
 ¡Dime, dime, te imploro!”
 Y el cuervo dijo: “Nunca más.”

 “¡Profeta! —exclamé—, ¡cosa diabólica!
 ¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio!
 ¡Por ese cielo que se curva sobre nuestras cabezas,
 ese Dios que adoramos tú y yo,
 dile a esta alma abrumada de penas si en el remoto Edén
 tendrá en sus brazos a una santa doncella
 llamada por los ángeles Leonora,
 tendrá en sus brazos a una rara y radiante virgen
 llamada por los ángeles Leonora!”
 Y el cuervo dijo: “Nunca más.”

 “¡Sea esa palabra nuestra señal de partida
 pájaro o espíritu maligno! —le grité presuntuoso.
 ¡Vuelve a la tempestad, a la ribera de la Noche Plutónica.
 No dejes pluma negra alguna, prenda de la mentira
 que profirió tu espíritu!
 Deja mi soledad intacta.
 Abandona el busto del dintel de mi puerta.
 Aparta tu pico de mi corazón
 y tu figura del dintel de mi puerta.
 Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”

 Y el Cuervo nunca emprendió el vuelo.
 Aún sigue posado, aún sigue posado
 en el pálido busto de Palas.
 en el dintel de la puerta de mi cuarto.
 Y sus ojos tienen la apariencia
 de los de un demonio que está soñando.
 Y la luz de la lámpara que sobre él se derrama
 tiende en el suelo su sombra. Y mi alma,
 del fondo de esa sombra que flota sobre el suelo,
 no podrá liberarse. ¡Nunca más!

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