sábado, 20 de octubre de 2012

Fúnebre fiesta

Ghost Whisper
Ghost Whisper, por Hector Durr
“Volví a retroceder en el camino, intentando esconder uno a uno aquellos sueños que el futuro no tenía, empecé a besar mi propia alma, para que ella encontrara la pobre calma que el silencio no podía darle, el fuego estaba tan alto quemando mi piel, esa que dulcemente había sido maltratada por el tiempo, por el amargo y melancólico tiempo.”  (…)

Desperté esa amarga noche, y empecé a conocer tantos caminos, llenos de piedras y almas vacías. Encontré un funeral, todos parecían sonreír y estar felices, tal gracia, me dejo perplejo ante un mundo tan ausente, donde yo era ignorado por todos, como un guerrero que nunca pudo ganar alguna batalla olvidada en la historia. Todos estaban, con ropas finas y blancas, la alegría desbordaba el lugar como, si un ser tan etéreo y poco importante había dejado en paz y calma el mundo en completo silencio.

Me dio miedo acercarme a aquella urna, de madera oscura y flores negras estaba adornada, tan olvidada y antigua. Un hombre se reía a carcajadas, abrazado de una dama, sus dientes tan perdidos en la alegría, el, me asustaba.

Niños corrían a los alrededores, tan ausentes de tal noche macabra, el viento soplaba con fuerza y las caras de todos los invitados al evento fúnebre eran refrescadas.

La noche estaba estrellada, tan feliz, y brillante, ni respeto tenían por esa alma que rota se encontraba en el lugar. Su inmensa sonrisa se hizo un en una luna cuarteada, silencio, mas silencio, las risas no eran aceptadas en mi cabeza, que explotaba ante tanta discordia, y muerte celebrada.

Mire en silencio, y mis lagrimas eran grandes mares que oscuridad y odio por dentro estaban hechos.  Me acerque lentamente a la urna, donde nadie pareció notarme, donde nadie volteo su mirada, era yo un desconocido que vagaba por el salón de inoportuna fiesta.  

Lentamente aquella urna se hacía grande, tan monstruosa y macabra, mis sorpresa al conseguir aquel cuerpo, tan frio y pálido ante las tenues luces de las risas que en el fondo se escuchaba, su nariz perfilada, su labio inferior grueso, ante la leve finura del superior, su cabello castaño con leves destellos marrones estaban mal peinados, sus manos abrazaban un libro olvidado de poemas de un antiguo escritor que corrió con la misma suerte que el desafortunado hombre que ocupaba tan fúnebre fiesta.

Mis propios ojos se abrieron en aquella pequeña casa eterna, era mi cuerpo el que estaba en la carroza del silencio. Mi alma afuera se encontraba, sin pensar en mis ojos marrones que se reflejaban en el vidrio que separaba nuestras partes, corrí ante las personas que tan alejadas se encontraban del evento, tan despiadadas, corri en el silencio mientras mi corazón palpitaba tan fuerte, que por segundos pensaba explotaba.

Me encontré ante un hombre alto, gran capa utilizaba, su cara era solo piel pegada a su craneo y su aliento putrefacto sello mis sentidos, como un ahogo sobre natural en aquella calle de piedras endoseladas, mi cuerpo cayó en un vació , tan leve y tan divino, que me deje ir, deje que me llevara, mis lagrimas, mis pensamientos y mis vivencias, se ahogaron con un sonido leve cuando choco contra la tierra caliente del infierno, y todos celebraban….


"Un relato en honor a  Emily Dickinson, y su poema: 
Sentí un funeral en mi cerebro, igualmente gracias a  Arelys Navarro, 
quien me dio a conocer este maravilloso poema, con su vídeo."
Hector Durr

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