martes, 9 de julio de 2013

Extraño visitante...ha vuelto.



Como todo dos de noviembre, los pobladores de Caño Dos Frío sentían la extraña figura de un visitante pasar; ataviado de oscuridad, deja al descubierto nada que lo delate. Son las cuatro con doce, y la empinada vía, apenas si se escurría del fuerte aguacero de la víspera; los adoquines, tan fríos como ajeno a lo que se vive, atenuaban la pisada firme y decidida. Ha vuelto el extraño.

Algunos se aventuran a la especulación y el mito se pasea, desde un crimen pasional hasta la venganza por abuso de la honra familiar; el caso es, que pocos tenían certeza de los hechos que orinaban la misteriosa visita. Sobre el pomo que hace girar el cerrojo, fue virado en medio circulo, lo que hizo rechinar el jambaje provisto de óxido y muchos años, como principal resguardo al camposanto.

La fría brisa movía, con bélica forma, las ramas de los sauces llorones; un raro remolino, hizo levantar la solapa del negro sobrerropa, lo cual no detuvo la avanzada; bajó diez escalones y viró a derecha; anduvo entre lápidas que, con sus desgastados epitafios, hacían suponer el bien ganado calificativo de sueño eterno a sus ocupantes. En un semicírculo, que conduce a una colina coronada por un majestuoso complejo mortuorio, se detuvo, justo en el segundo túmulo del viejo árbol corroído por el tiempo, y sin más dijo:

—Mi corazón se despegó de la razón y aún no me arrepiento—. El amanecer estaba agitándose al naciente, pero allí, reino del frío, la luz no mandaba. Prosiguió diciendo sus palabras, justificativo a la conciencia.

—No me arrepiento madre, fuiste la única que me amó; llegué a entender que sólo así, podías deslastrar tu sendero de sufrimiento. Ni aún muerto, te iba a traer una sincera sonrisa—.

Un penoso exhalo, lo envolvió en figuras que lo llevaron al recuerdo; la instancia impregnada de alcohol, cuchillo en mano y la sonrisa loca en contubernio a unos ojos que miraban el bermejo líquido tapizando paredes y muebles. El cuello, si apenas se sostenía, tenía una mortal herida que alimentó el charco de sangre en su radio, lo cual daba la sensación de una isla sitiada por la muerte.

Danzaban figuras a su rededor, gritos y desespero que no podía identificar, todo se daba en su cabeza, una víctima de tanto dolor y sufrimiento. El clima frío lo hizo volver y sin emitir otro sonido, se agachó para desmalezar el entorno próximo a la tumba de su madre. De nuevo, sin hacer expresión facial, detalló la zona y pensó, tantos que allí duermen su desdicha, o, como aún pensaba, la mayor muestra de amor a la única sonrisa sincera que lo llenó.

El abismo jamás cerró, seguía latente como una arteria que estira fuerte a la nada, él miró todo, como un inmenso nidal, cuyos huevos jamás prosperarían, pero, al fin de cuentas, estaban llenos de amores y dolores. Como espantapájaros, se elevan estatuas de ángeles cansados de esperar, muchos con alas rotas, tal vez en procura de un vuelo que nunca vendrá, así pasó el tiempo allí.


Tornó sus pasos, con un último pensamiento, el regreso en doce meses. 

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