Cansado
de ir a ti, sabiendo que no estarás, me pierdo en la ciudad, hondura que sabe a
pútrida realidad. En cada esquina, tan mugrosa como oscura, una mujer o un
hombre, con letreros de “se vende”; ah!, impúdicos animales, que como los
perros que pululan de hambre, sin pedigrí llevan su andar.
Cada
labio, que a cada cuerpo pertenece, quiere enseñar a besar, creyéndose tan
buena como la muerte; de los cuerpos, mana un calor que tras la piel, arde
fuego de sólo placer. En un tiempo fueron gente, humanidad domesticada, ahora
animales que si pudieran, entre ellos se quitarían la cabeza, pues corazón ya
no tienen.
Ellas,
danzan al borde de la nada, ellos, coronados de misógino sentir, se comparten
las presas que tras un traje, esconden verdades que atormentan, las almohadas
cubiertas de seda. De súbito, unas letras llenando mi aturdida cabeza…
Lo sientes
El suave aleteo del céfiro
ensimismado
El sabor de la tierra
El hedor de la sombra
El ominoso latido de
un corazón en tromba…
...Todo está a punto
de suceder…*
Si!, es eso, el hedor de tanta sombra que me llena, que siguen mi alma a punto de escapar, cansada de este recipiente andrajoso, un cuerpo sobre el que se ha vivido de todo, desde placeres hasta horrores, que camina entre vaivenes, porque de cobarde ajuste mis cuentas. No valgo menos que nadie, tan sólo que tengo conciencia.
Y
danzan más, muchas más, otras mujeres y otros hombres; la música es de vanidad,
tan esquiva, que a la hoguera que brilla, todas parecen desnudas y sólo asco
inspiran. Hubiese preferido no dejar escapar lo que siento, cuando de las
noches soy, a la vez que dueño, una pobre marioneta que se queja.
Si
tan sólo, luego de todo este hechizar de iniquidad, quedaría una reflexión para
los moradores de la muerte, sería un consuelo, ésta pérdida de tiempo; pero no
será esa la suerte, tras el reverberar de pasiones, la amargura quedará en
labios, cuerpos, almas y en rincones, arropando flacos perros, que ya de esto son
comensales.
Antes
no fui así, no sirvo para dar consejos (ni moral para eso llevo); pero si algo
puedo decir en certeza, fui como Céfiro, en mi joven tiempo, suave a las
mujeres, plácido a los vicios y ardoroso con los placeres; ahora descalzo,
antes los mejores trajes me adornaban la piel, eso sí, tanto como ahora, vacío
de sentimientos, tal vez porque en esta vida, eso vale sólo puesto.
Despoja lo
superficial que cargas, siente en tu sangre, el latir de la fidelidad.
* anónimo
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